Recreando la leyenda medieval que sitúa a Santa Marta predicando el cristianismo en la localidad francesa de Tarascón cuando logra abatir al terrible monstruo que atemorizaba la comarca, las tarascas poblaron muchas ciudades europeas como representación alegórica de la lucha del bien contra el mal y la consiguiente victoria de la Fe sobre el pecado y la herejía. Fue en la época de la contrarreforma, con el apogeo del barroco festivo y efímero, cuando estos seres fantásticos llegaban a anunciar la moda imperante en la corte de Madrid o arrojaban al suelo con su cola los sombreros de quienes presenciaban el paso de la solemne y compleja procesión del Corpus Christi.
La Tarasca zamorana fue encargada por el Ayuntamiento de la ciudad con un coste de 1750 pesetas al imaginero Ramón Álvarez Prieto en 1885 junto a las cuatro gigantillas, después del éxito obtenido con los cuatro gigantones recién estrenados ese mismo año. Ramón Álvarez seguramente se basa en la anterior Tarasca del Cabildo para realizar un conjunto escultórico procesional de gran teatralidad y movimiento, en el que contrasta la templanza y serenidad de la imagen vestidera de Santa Marta que en su mano porta el sacramento de la Eucaristía, con la ferocidad de la bestia maligna que armada de alas y garras se revuelve mientras es alanceada con una pica que sostiene un pendón donde figura el escudo de Zamora. La Tarasca es hermana de honor de la zamorana Cofradía del Santísimo Sacramento y miembro de honor de la Agrupación Belenista «La Morana» de Zamora que se encarga de su arrastre cada víspera y festividad del Corpus Christi, cuando recorre nuevamente las calles echando humo por sus fauces.
Año 1886. Ayuntamiento de Zamora.
Madera tallada y policromada, anjeo y lienzos encolados, yeso modelado y policromado, latón, hierro, plata y textiles diversos.
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